Fue en Nueva York visitando el Spanish Institute, con los cuadros regionales de Sorolla, donde se acentuó mi hispanismo heredado. Y yo ansié vivir en España. Hecho que se concertó entre 1970 y 1976. En otras ilusiones juveniles también Dios me complació, como por ejemplo en tener hijos sacerdotes y médicos e ingenieros. También deseé escribir poesía publicable. En este respecto comencé como colaboradora de "El Peneca". Con cierto remordimiento recuerdo que la estimadísima Roxane, su directora, jamás descubrió que el poema que me pagó con cinco pesos —de entonces— era sólo una defectuosa traducción de "The Childrens Hour" de Longfellow. Como a los 8 años contraje una grave pulmonía y dicen que yo deliraba en octosílabos. Y que hacía antipoéticas referencias a la sulfa, recién importada en Chile y que fue la que me salvó.
Mis primeros intentos catequísticos fueron rudimentarios. Aún sin titularme, enseñaba catecismo en escuelas públicas. Les recalcaba a mis alumnos que bien valía la pena asegurarse con una vida austera: una gozosa eternidad... Desgraciadamente, del Liceo Egaña donde enseñaba, yo fui expulsada estruendosamente, por el hecho de haber accedido a los deseos de bautismo de una niña sabatista. AI ser descubierta por sus padres, éstos me acusaron de secuestro. Pudo suspenderse finalmente el juicio gracias a la infalible intervención del Cardenal Caro. Recuerdo con simpatía que, tanto Monseñor como mi madre y Patricio Walker, con quien ya estaba yo de novia, lejos de molestarse con el desgraciado evento, se ufanaban con mi polémico y penal espíritu apostólico.
Mis primeros años de casada transcurrieron en provincia. Mis cuatro hijos mayores fueron tramados en El Volcán, en Mulchén, en Concepción y en Vallenar, respectivamente. Lugares en que mi marido desempeñó cargos de ingeniero civil. El hijo menor viajó prenatalmente por Tierra Santa, Egipto y Europa, lo que le valió grandes riesgos luego, al aterrizar en este mundo non santo.
Fue en Concepción en 1959 donde me aboqué más dedicadamente a la poesía. Concurría a cursos de verano de Alfredo Lefebvre y de Miguel Arteche en la Universidad de Concepción respaldada por la amistad cultural y humana de mis hermanos Marta y Roberto Escobar, residentes en Talcahuano. Miguel Arteche y su mujer fueron apoyo decisivo para mis primeros libros: con sus enseñanzas de métrica y rima. Y con sus acercamientos a García Lorca, Quevedo y Hernández. Así fueron apareciendo "Descendimiento" (Premio Alerce 1959), "Después de tanto mar" (1963), "La piragua" (Cuento, premio Diario "El Sur" 1964, Concepción), y "Ramas sin fondo" (Ávila, España 1967). Posteriormente los Arteche, entonces agregados culturales en Madrid, nos acogieron en España y nos contactaron con la poética y la ingeniería vigentes en la Península. Previo a aquel exilio voluntario, y luego después, tuve en Chile participación poética en los talleres literarios de Scarpa y de Arteche, por separado. Entonces, también viajábamos a recitar en provincias (por Concepción, Valdivia, Valparaíso) un grupo de amigos poetas, cuyas biografías y vocaciones personales nos han separado. De ellos, Lefevbre está ya muerto, el Padre Joaquín Alliende está en Alemania, Hernán Montealegre en Costa Rica, Hernán Galilea en la Universidad de Filadelfia y Renato Irarrázaval en Santiago. Aquellos periplos poéticos los financiaba Tomás P. Mac Hale, rangosamente, a condición de que no le exigiésemos concurrir. Tomás propiciaba el arte, y el humor de sus platónicos amigos. Con fervor agustiniano nos urgió a separar bien lo corruptible de lo permanente, en nuestras expansiones líricas.
Mi libro "Ramas sin fondo", publicado en España en 1967 contiene temas del altiplano y la sierra peruana. Lo elogiaron críticos del "Ya", y de "Estafeta Literaria" de Madrid. Interesó el paisajismo quechua —aymará, tratado en castizo. Pero no fue percibido— o confusamente expresado por mí— el tono cosmoespacial, que pretendí darle. Este me fue inspirado en las ruinas de Huayna Picchu, a las que se atribuye funciones de estación abastecedora para viajes interplanetarios. Con la deficiente interpretación del libro, comencé a preocuparme de mi falta de claridad expresiva. Coincidió mi aprensión con el comentario verbal del amigo Jorge Prieto, sacerdote. Me aconsejó estudiar a Azorín para aprender nitidez, y de este modo —indirectamente— me fui inclinando al metódico estudio de las letras. Años más tarde, viviendo en Madrid, recibí un valioso recado del Embajador en París: Pablo Neruda. En gran parte coincidía con los consejos estéticos del sacerdote Jorge Prieto. Neruda mandó decirme, con un amigo común: "Rosa, no seas escondidiza. ¿Por qué usas tus metáforas para camuflarte? Cántales a ellas y olvídate de ti. Así tus metáforas serán realidades, que te darán a conocer".
"Raudal", con prólogo de Neruda, apareció en 1970 y fue el libro que me dio menos satisfacción. Lo hallé pusilánime, pues intenté vanguardismos sin aflojar la retórica. Años después —sin embargo— el mismo fue declarado texto auxiliar para la enseñanza del Castellano por el estimadísimo Ministro de Educación de entonces, Máximo Pacheco.
Aquellos años con los gajes líricos y docentes, el orden de nuestra casa andaba a su aire. Mi marido construyó un cuarto entre las matas del jardín, para que yo verseara con menos interrupciones y menos desparramos de papel. A propósito del desorden casero y de la predisposición poética, yo le argüí que barridos de más o de menos no determinaban la buena educación de los hijos. Pero que sí la determinaba el que ellos viesen a sus padres cumpliendo, con la mejor voluntad, aquello para lo cual Dios los echó al mundo. Le argumenté que sólo los pésimos poetas destacaban como eximios dueños de casa. Pues Gabriel y Galán en esto, y no en lírica, era insuperable con sus poemas "Las hormigas", "El ama", "El embargo". En tanto que el genial García Lorca llegó a tal caos doméstico, que en el texto "El poeta en Nueva York" postula a "golpearle el trasero a los monos con una cuchara".